4 de agosto

El sol del día 3 nos regaló un amanecer maravilloso en Bulgan. Esa mañana nos levantamos más temprano que de costumbre porque a las 6 venía el Jeep a buscarla a Rosario para llevarla a Ulaanbaatar. Cuando llegó el Jeep ya venía cargado hasta la manija, así que no me quiero imaginar cómo viajó, porque encima debió durar como 12 horas… En fin, así es el mundo de las decisiones, más tarde o más temprano hay que aguantar las consecuencias.

Después de mucha charla y de ponerme un poco más serio estoy logrando que Ambraa vaya para donde yo quiero y no tanto a donde a él se le ocurra. Lo que no es fácil porque en principio no teníamos un programa prefijado y por otra parte aduce razones que no son discutibles como la imposibilidad de transitar por ciertos lugares. Lo que está claro es que a mí me encanta el desierto y él medio que detesta su "Trudna Gobi" y permanentemente trata de llevarme a los lagos y las montañas, sobre todo porque sufre muchísimo el calor. Igual ya en este lado del Gobi no me queda mucho más, así que lo que logré es que vayamos saliendo, pero más despacio. En principio nos quedaremos dos días en Ongiin Khiid y no uno como él quería.
Ongiin Khiid - El río del desierto
Ongiin Khiid - El río del desierto             Ongiin Khiid - El río del desierto
Ongiin Khiid - El río del desierto Partimos cerca de las 9. El cielo estaba nublado y la temperatura mucho más amable. A esa hora no sabía, no podía saberlo, la inolvidable jornada que me tocaría. Enfilamos al Noreste, casi repitiendo el camino a Bayanzag, ya se sabe nunca la misma senda, pero esta vez llegamos a este lugar por el Oeste. Nos detenemos unos momentos en unos gers de unos amigos de Ambraa y yo aprovecho para deleitarme una vez más con este cañón rojizo moteado por sus verdes tamariscos. Zag quiere decir tamarisco y Bayanzag es "muchos tamariscos". En un primer momento cuando se interrumpió la corriente de subsidios soviéticos en el 90, los mongoles se vieron hundidos imprevistamente en la miseria. Esto provocó un sobre pastoreo del Gobi, ya que muchos nuevos pobres se inclinaron al régimen pastoril, sin los conocimientos necesarios, y la consecuente pérdida de animales. Otra de las consecuencias de esta situación fue la devastación de los bosques de zags. Al cabo de 10 años esta situación pudo enmendarse, a pesar de la crudeza de los inviernos del 99 y 2000 donde se perdió un 30% de la existencia ganadera, y hoy en día se han revertido las malas prácticas pastoriles y se están recuperando los zags, ya que no se permite usar su madera como leña.

Dejamos Bayanzag atrás y se me descubrió la más fantástica visión del Gobi que pude nunca haber soñado. Nos internamos en un extensísimo arenal apenas salpicado con matas aisladas de pastos duros. Parecía que circulábamos por una inmensa duna plana, siempre bordeada por cordilleras. A veces un fino pedregullo gris cubre la arena y el paisaje se vuelve casi asfáltico, sin una brizna de nada de otro color que el gris de las piedras por kilómetros y kilómetros a la redonda. En las hondonadas cruzamos por anchos lechos de ríos secos, acaso existieron alguna vez? Corrió agua por esos cauces? Cuesta creerlo.
Cada tanto aparecen esos típicos picos aislados, estamos en un altiplano que nunca baja los 1.300 msnm, Mongolia es uno de los países más altos del mundo con una altura media de 1500 msnm. Como ahora estos picos están cubiertos de arena, parecen médanos afilados y puntudos. Al fondo de la planicie tenemos la compañía incesante de los espejismos. Grandes superficies de agua y vegetación que se van desplazando con nosotros por el desierto intentando hacernos caer en el engaño.

Este es el desierto que quería ver. Esta era la imagen que me faltaba. Por eso mi subconsciente insistía en no retirarse aún, en que me quedara un día más. Un día más en el aimag de Dundgov (Gobi del Medio). Porque demorándome un día más retardo que esto que estoy viviendo pase a integrar la categoría de los recuerdos, mantengo un poco más la vivencia y ese poco más de tiempo graba como con un cincel la impresión de este momento.
Ongiin Khiid - El río del desierto
Paradojalmente, tras mostrar su cara más árida y luego de cruzar una cadena montañosa, este desierto nos regala su río de montaña, el Ongiin Gol. Río que muere absorbido por las arenas que hemos dejado atrás. Una nueva maravilla de este desierto que insiste en retenernos mostrándonos nuevas caras ininterrumpidamente.

Hemos llegado a Ongiin Khiid. Los monasterios de Ongiin. Este enorme complejo de monasterios, uno de los más grandes de Mongolia, estaba compuesto por 30 monasterios sobre la margen Norte del río, el Barlim Khiid y 19 edificios sobre la otra margen llamados Khutagt Khiid, y fue construido en el año 1660. En él vivían más de 1000 monjes cuando en el año 1939 fue totalmente destruido en una de las purgas stalinistas. Ejecutaron a más de 200 monjes, el resto huyó, fue enviado a servir a las fuerzas armadas o a los campos de trabajos forzados en Siberia. Los monasterios quedaron reducidos a sus cimientos y los pobladores vecinos se fueron del lugar inmediatamente. El río fue secado, pero se ve que ya está recuperado. Se reabrió en 1990 y hoy opera acá un pequeño monasterio con 14 monjes que viven en unos gers dentro del terreno original.
Ongiin Khiid - El río del desierto
Ongiin Khiid - El río del desierto             Ongiin Khiid - El río del desierto
Ongiin Khiid - El río del desierto Cuando me acerqué en una primera visita al complejo, el Gobi se despertó con una tormenta impresionante. Violentísimas ráfagas de viento, intensa actividad eléctrica y algo de agua, muy poca, en forma de gordísimas gotas. Aproveché ese momento para disfrutar de las ruinas en completa soledad, encantado con la luz suave del cielo cubierto. En menos de media hora todo había concluido, volvió una intensa calma y las nubes eran un lejano cordón al Sudoeste. Decidido a contemplar el atardecer me subí a la montaña más alta de las que rodean el complejo. Una vista incomparable del río corriendo en su valle, de las alturas circundantes, de las ruinas en ambas márgenes y además, como me esperaba e ilusionaba, en la cúspide había un ovoo con su típica bufanda azul de seda. Le deposité algunas piedras como ofrenda, di las tres vueltas de rigor y pedí con verdadera contracción mi deseo dionisíaco, que por supuesto no lo compartiré porque de hacerlo, no se cumple. Todavía faltaban dos horas para la puesta del sol. Oportunidad incomparable para detenerme, esperar y disfrutar de esos momentos únicos. Tres halcones circunvolaban en un valle aledaño buscando su presa, dos monjes budistas, con sus ropas amarillas y púrpuras estaban subidos a otra montaña diciendo sus oraciones y sonando unos tambores. El sol comenzaba su descenso y la luz del Gobi era por un momento suave y tibia. Después de la tormenta todo se había aquietado, limpiado el cielo y sólo quedaba algo de la arena más fina en suspensión en el aire. Para luego comenzar a soplar nuevamente, con algo de fuerza, el desierto nos recuerda que sigue estando ahí y que es duro todo el tiempo. Mi montaña en Mongolia me regala una nueva vida. Empieza a caer el sol, pero se oculta tras el lejano cordón de nubes negando el ocaso multicolor motivo de mi escalada. Pero acaso me deja con las manos vacías?
Comienza a anunciarse la calma nocturna. Desciendo despacio, los monjes ya se retiraron, mi felicidad dionisíaca me acompaña.
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