Jueves 30 de junio de 2011

En general los viajes comienzan con pequeños eventos, que dependiendo de la superstición o simple aprensión del viajero, adquirirán mayor o menor significado posterior. En mi caso cuando subí al avión ya tenía mi asiento ocupado por quien posteriormente sería mi acompañante esa noche. Tratando de ser amable y de generar un ambiente positivo, luego de solicitarle que ocupara su lugar, le ofrecí el diario sin que me lo pidiera y entable diversos diálogos de escaso interés. Nada de eso evito que él no sólo extendiera su pierna derecha sobre mi eventual espacio, sino que además, dormido o despierto, la moviera en forma permanente casi con desesperación, hasta que ya casi pasada toda la noche sin pegar un ojo y luego de intentar todo tipo de mensaje físico, hasta pataditas de interesante definición, me vi obligado a pedirle que se limitara a su espacio. Pero la noche ya estaba perdida. El posterior vuelo de conexión de París a Beijing salió casi tres horas demorado, Rosario parecía un gitano trashumante ya que tenía exceso de equipaje y tuvo que bajar todas las cosas más pesadas de la valija y llevarlas como equipaje de mano en la cabina. Tampoco dormí mucho en ese vuelo que, por supuesto, estaba ocupado mayormente por chinos. Lo que yo no sabía y me enteré en ese momento es que los chinos no duermen! Fue algo extraño ver como durante todo el viaje parloteaban sin cesar, con las luces y las pantallas prendidas inútilmente. Cuando llegamos a Beijing, 53 horas después de salir de Buenos Aires, no había dormido en total ni dos horas. El único elemento auspicioso fue que al embarcar en Buenos Aires tomé en el avión la edición dominical del Wall Street Journal y en la revista del mismo había una nota muy importante sobre Mongolia. Casualidad increíble por cierto.
Beijing.
Beijing.Beijing no hace que el viajero se sienta bienvenido. Desde el clima, que se hizo sentir apenas salimos del avión, húmedo, pegajoso y mucho calor tropical con lluvias casi a diario; hasta la marejada humana de caras inexpresivas que no miran, casi ausentes, indiferentes. Todo es correcto, formal y de tono serio y solemne, pero carente de simpatía o gracia. La ciudad tiene un ya famoso manto gris de smog que la cubre permanentemente, un humo casi irrespirable equivalente a 70 cigarrillos diarios. Autopistas repletas de autos de todo tipo, modelo y época con conductores de una impresionante agresividad hacia los peatones, así sean tanto de bicicletas como de cualquier otro tipo de vehículo. Si uno no se cuida puede ser perfectamente arrollado y no me cabe duda alguna que a lo mejor hasta insultado por arruinar la carrocería del auto. Quizá como reflejo de las diferentes dictaduras la vida no parece valer demasiado. Es Asia, pero una muy distinta de la que conocí en el 2009. Uno no deja de sentir la vieja xenofobia Ming, el aislamiento de la Gran Muralla, la reclusión y hermetismo del gobierno comunista. Es muy fuerte la sensación de extranjería y la indiferencia con que uno es mirado. De hecho las conexiones a Internet se transforman en un problema, por la falta de velocidad y por la censura, corroborando esa sensación de estar fuera del mundo. Al día siguiente de llegar ya no pude abrir más lugares de Argentina, porque bloquearon mi IP y cada vez que pretendo entrar el proveedor chino me deriva a una página que es una especie de Google chino. Todo eso me obliga a comunicarme desde otras máquinas. No recuperaré la funcionalidad de la mía hasta llegar a Mongolia. Hablando de Mongolia, nuestras visas no estaban listas en el consulado mongol lo que nos obligará a hacer el trámite completo. Las visas en particular y la burocracia consular en general son siempre un tema. Por suerte pudimos cambiar los tickets del tren del lunes 5 al martes 6; así que sólo nos demora un día más.
Rosario no para de filmar en todos lados, en la calle, en el subte, que es una maravilla y muy fácil de usar, en la cola del consulado, en los restoranes… en fin, en todos lados. Me asusta pensar cuando tenga que editar todo ese material. También yo, entusiasmado por tanta actividad fílmica saco más fotos que nunca. Una nota aparte es la extrema formalidad y solemnidad con que cumplen sus funciones. En cada embajada hay un soldado de imaginaria, parado sobre una tarima de unos 20 centímetros de altura. Están siempre ridículamente en posición de firmes y sólo se mueven marcando el paso. Los cajeros del banco cada vez que se libera su ventanilla levantan la mano derecha con todos los dedos juntos señalando hacia arriba y a la altura de la oreja. Siempre el mismo gesto, todos igual. No bajan la mano hasta que un nuevo cliente se presenta en la ventanilla. A todo esto hay letreros luminosos que indican qué número debe presentarse en cuál ventanilla. Todas estas formalidades me remiten a lo automático o casi al autismo lo que nuevamente me lleva a Outis, el viajero paradigmático. Quizá en una cueva distinta. Desayuno en el hostel; jóvenes de distintos países hablando expresivamente en lenguas, mayormente sajonas, viajeros de backpack que se repiten de destino en destino. Me siento rescatado por otra mística, pero sin mis dos ruedas me claustrofobizo. Voy y vengo dentro de mis dudas y apreciaciones. Parará la lluvia? Nuestro hostel está en la parte vieja de Beijing, sobre el lago Xihai, a 15 minutos de bicicleta de la Ciudad Prohibida, un hallazgo que nos pasó el amigo Javier Fainzaig, habitué de estas comarcas. Así estamos, en Beijing, China, en un barrio que nos acerca a la gente, en un hostel que es una maravilla y que está muy bien atendido; caminando por las calles torcidas que bordean el lago, comiendo la extraordinaria comida de este país que no deja de maravillarme. Beijing.
Visitamos el bazar de este sector de la ciudad. Tan parecido a los bazares de Samarcanda o Bukhara y al mismo tiempo tan distinto. La misma exposición de todo tipo de alimentos. Vemos frutas y vegetales que no conocíamos, compramos y comemos unas bananas gigantescas y unas uvas deliciosas. Rosario no cabe en su asombro, sobre todo cuando pasamos por la parte de carnes y pescados ya que en las pescadería había pescados vivos. Más fresco imposible. Me hacen gracia los preconceptos que hay sobre la higiene o frescura de las comidas chinas. A mí no me despiertan la más mínima aprensión. Todo lo contrario, su gastronomía me atrae fuertemente. A la pobre Rosario no le pasa igual y creo que lo sufre… Acá estamos, pero profundamente mi yo extraña el desierto y deplora la multitud. Me siento casi ridículo en medio de estas definiciones necesariamente pasajeras. Pero necesito la ausencia. La quietud del movimiento en los espacios grandes. El movimiento quieto.
Beijing.
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