"Es cierto que el Otro a mí se me antoja diferente, pero igual de diferente me ve él, y para él yo soy el Otro."

Encuentro con el Otro
Ryszard Kapuscinski

El 27 de agosto de 2009 fue un día soleado y tibio. En mi motocicleta dejaba Tashkent a mis espaldas rumbo a Ferghana; esa mañana Asia se me presentó, de una vez y para siempre, como un ser vivo, vibrante, abierto y que no necesitaba de las interpretaciones, ni de las reinterpretaciones orientalistas para ser entendida, contenida, definida o dominada, tal como la cultura occidental viene haciendo. El sol me llenaba de bienestar y los vendedores de frutas y verduras que orlaban la banquina de la ruta eran una nota colorida que sumaba su encanto al transcurso. Muchas de las razones intelectuales que me había dado para recorrer la Ruta de la Seda, esa mañana, en forma autónoma y natural, se transformaron en razones emocionales. Ya no necesitaba más justificativos para una acción tan poco ortodoxa como un viaje en solitario por Asia Central. Estaba ahí porque era mi vida, era mi manera de trabar conocimiento, de encontrar a un otro fuera de la definición libresca, de dejar que la realidad me atravesara virgen y sin barreras o precauciones. Ya Tashkent, a pesar de toda su espantosa urbanización soviética, me había mostrado una realidad multicultural y multiétnica que me sorprendió casi de inmediato. Mujeres con faldas de todos los largos y coberturas y descoberturas sin timideces, ni un chador o un velo negro, que igual podrían haber aparecido y no hubiera cambiado mi apreciación general. Decididamente no era el islam que me habían prevenido, nada me era tan extraño como para no reconocerme en lo que iba encontrando, no había temor en esta nueva relación.

Crucé el Syr Daria, el viejo río Jaxartes. Entraba en la Sogdiana, en el Valle de Ferghana con sus famosos caballos celestiales, gracias a ellos se inició la Ruta de la Seda. Los chinos en sus batallas con los mongoles habían notado que el punto débil de sus ejércitos eran sus pobres montados, no aptos para la guerra, y en su búsqueda de animales que cumplieran mejor con el objetivo bélico mandaron, durante la dinastía Han, a un General explorador, Zhang Qian, quien volvió trece años más tarde con la noticia de los caballos de Ferghana. Así nació la ruta comercial más famosa de la historia. Así Asia Central se transformó en el nudo de contacto (hub diríamos hoy) más importante de diferentes culturas, así llegó la seda a Roma.

A medida que avanzaba por el camino noté diferentes costumbres locales que fueron asombrando mi mirada; varias veces cuando cruzaba un pueblo, parte del ancho de la ruta, si no toda ella, estaba ocupada por personas lavando grandes alfombras de diseño de Bukhara. Totalmente indiferentes al paso de los vehículos, en tanto que éstos no les pisaran el objeto de sus afanes. Era una situación de cierto riesgo a quien nadie parecía prestarle mucha atención, como la cosa más normal sobre la tierra. Luego, y ya descendiendo de la cordillera y adentrándome en el valle vi los primeros emplazamientos nómades. Sabía que el nomadismo pastoril seguía siendo una actividad vigente, pero el ver las yurtas sobre los arroyos, con los animales rodeándolas y luego que se interrumpiera el paso del camino cada 5 o 10 kilómetros por rebaños variopintos de ovejas, cabras, yaks, burros, caballos y perros me hizo tomar conciencia de qué fortaleza ancestral tenía esta costumbre. Seguí viendo nómadas durante todo mi viaje en los países al este del Mar Caspio. Los soviéticos con sus granjas colectivas y sus prácticas totalitarias intentaron combatir el nomadismo por considerarlo "primitivo", "nacionalista" y "retrogrado". El nomadismo no desapareció y al soviet lo agarró la perestroika… Así crucé Uzbekistán, Kyrgyzstan y Tajikistán. En estos últimos dos países las prácticas nómadas son mucho más habituales que en el primero y la presencia de rebaños en los caminos, también más frecuente. Es notable como los nómades interpretan que las rutas y autovías no son exclusivamente para los rodados, sino que pueden, y son utilizados por todo el mundo; por lo que no extraña ver un caro sedán de origen alemán sobre una autovía, esperando que los pastores corran el rebaño para que pueda pasar su auto, y eso cada 10 kilómetros o menos.

Mi intención en aquella oportunidad había sido también ir a Mongolia y China, pero problemas burocráticos chinos hicieron que me limitara a Asia Central, el Cáucaso y Turquía. Mi mayor deseo era visitar Mongolia. Quería conocer ese pueblo, donde se habían originado las grandes migraciones turcómanas, de donde habían salido líderes como Atila y Genghis Khan, donde hoy en día sigue prefiriendo el nomadismo pastoril un 60% de la población al asentamiento sedentario. El pueblo que hizo que los chinos construyeran la Gran Muralla y se vieran obligados a buscar caballos para la guerra, dando origen a la Ruta de la Seda. Me había quedado pendiente el Gobi y su gente, pero por suerte no pude ir en ese primer viaje, porque no tenía entonces tan clara la importancia del nomadismo como opción social, cultural y de vida. Mi viaje ahora será casi exclusivamente para vivir una temporada con nómadas mongoles, sólo eso. Tomar de primera fuente una alternativa vital que las reglas del mundo actual van a hacer desaparecer. Pero el nomadismo no es una peculiaridad, no es una rareza, algo simpático y pintoresco de un lejano pueblo. No, el nomadismo es una opción económica y social, es una manera de entender la vida, es una dinámica de comunicación con la tierra que es inherente al ser humano, de la misma forma que también lo es el sedentarismo, lo que quizá debamos comenzar a aceptar es que no somos todos iguales y que podemos tener expectativas y deseos distintos y que en eso, en la diversidad, radica una de las mayores riquezas de la humanidad. Por eso el viaje a Mongolia, último bastión donde un pueblo opta mayoritariamente por la vida nómada, adquiere un sentido de revelación, de peregrinaje, de reconocimiento de raíces comunes.

Dos meses después de aquella mañana inicial, en que partí de Tashkent, me encontraba tomando el ferry, que cruzando el Helesponto me sacaría de Asia para redepositarme en Europa, me sentía melancólico dejando ese continente que me había dado una nueva perspectiva de la otredad y el respeto, entonces, mientras observaba la costa troyana, me prometí volver. Hoy siento que llegó el momento de cumplir esa promesa.

Descascarillando girasol sobre la ruta a Osh.

Descascarillando girasol sobre la ruta a Osh.
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